Las calabazas

El otoño no está completo sin las coloquíntidas (tueras) y las calabazas. Fieles a su origen subtropical, las calabazas se desarrollan mejor en los hábitats cálidos, soleados y húmedos. Debido al gran tamaño de sus hojas y frutos, las calabazas necesitan un gran aporte de nutrientes a través de la fertilización y un suelo rico y humífero. Los macizos subelevados y la incorporación de compost de superficie resultan imprescindibles. Al pie de una pila de compost, es el lugar ideal, ya que ahí el suelo es bastante húmedo gracias al agua que escurre. Además, hay que tener presente que son muchas las variedades de calabazas que producen fácilmente largos sarmientos. También es posible hacerlas trepar por una cerca cuando la superficie del suelo no ofrece mucho espacio.

Las calabazas sensibles al frío se pueden sembrar en suelo firme una vez pasados los santos del hielo. No obstante, es aconsejable hacer un precultivo en invernadero con calefacción o en el alféizar de una ventana —por su parte interior— a partir de abril. Planta las semillas verticalmente a 2 cm de profundidad en potes llenos de un mantillo de plantación especial para el crecimiento de hierbas aromáticas.

La fase del cultivo debe limitarse a 3 o 4 semanas. A partir del momento en que tengan hojas bien formadas, puedes plantar las calabazas en suelo firme, observando una distancia entre plantas de un metro. Así pues, lo más importante es evitar el ataque de las babosas.

Una vez plantadas, es absolutamente necesario regar las calabazas lo suficiente. Dado su gran tamaño, las hojas y los frutos necesitan mucha humedad. En consecuencia, es aconsejable regar cada 2 o 3 días en caso de sequía, incluso diariamente durante los fuertes calores estivales. En resumen, se debe mantener el suelo húmedo en todo momento, pero evitando cualquier anegamiento.

Un suelo rico en nutrientes es una condición esencial para una cosecha abundante. Esta es la razón por la que es crucial elegir un buen fertilizante. Un abono natural de guano resulta óptimo para las cucurbitáceas, ya que favorece la formación de humus y este, a su vez, refuerza la fertilidad del suelo. Un abono mineral acelera en particular el crecimiento de las plántulas y posibilita la obtención de calabazas de mayor tamaño. Además, la incorporación de compost en el suelo ha demostrado categóricamente su valía.

A partir de la formación de las primeras calabazas grandes, protégelas de la podredumbre y conserva su buen aspecto colocándolas sobre tablas de madera o sobre un lecho de paja.

Finalizado el verano, los tallos de las calabazas comienzan a oscurecerse y lignificarse. Al golpetear las calabazas y percibir un sonido hueco, sabemos que es hora de cosecharlas, ya sea con fines decorativos o culinarios si son variedades comestibles. Las calabazas son muy sensibles al frío, por lo que la cosecha debe completarse antes de las primeras heladas.

Una cáscara en perfecto estado y sin residuos de tierra constituye el requisito previo para el almacenamiento de las calabazas. Además, no se deben apilar los frutos. Dependiendo de la variedad, las calabazas se conservan durante 2 a 7 meses. Es imperativo almacenar los frutos en un lugar fresco y seco, preferiblemente en la oscuridad, y libre de ratones y otros roedores voraces.